Gilbertito era un niño de cinco años, con los ojos negros, juguetón, travieso y muy feliz.
Era el quinto de seis hermanos, vivía en un pueblecito al norte de Perú. Su casita era humilde pero acogedora, y todos los días tenía que andar cinco kilómetros para ir a la escuela, pero a él no le importaba porque por el camino jugaba.
Todo iba bien, pero como era un niño muy despierto, se daba cuenta que cada día en la mesa había menos palabras, menos risas y menos comida.
Desde la ventana de su cuarto veía como su padre cada mañana se marchaba con un atillo en mano.
Gilberto le observaba, pero continuaba su vida. Cada tarde al llegar jugaba con su perro Yaqui y con sus amigos Pedrito y Luis. Transcurría el tiempo y todo seguía igual, su padre se marchaba, y Gilberto veía que su padre y su madre hablaban bajito y se miraban de una forma extraña; cuando su padre volvía siempre le daba el atillo a su madre, pero ella nunca lo abría delante del niño.
Un día le preguntó a su padre qué era lo que llevaba en aquel atado, su padre le contestó que llevaba esperanza. El niño no comprendía nada. Al día siguiente le volvió a preguntar y le dijo que traía ilusión, y así durante mucho tiempo, pero aunque él no entendía que quería decirle su padre no le hacía más preguntas.
Hasta que un día durante la cena el padre les dijo que había conseguido el dinero para emigrar a otro país en busca de trabajo y bienestar.
Él no lo comprendía, porque allí era muy feliz, no necesitaba nada más.
Llegó el momento de la partida, eso fue lo peor, sólo podían emigrar el padre, la madre y los dos niños más pequeños. No había dinero para todos, y por supuesto tampoco para su querido perro.
Llegaron al país de destino. El padre encontró trabajo, vivían en un pisito en el centro de una gran ciudad. Cuando volvía del colegio no podía jugar en el camino, al llegar no le esperaba su perro y a la hora de comer no estaba toda la familia. Los padres de Gilberto estaban más contentos, en la mesa había más comida, pero él estaba triste.
Un día cuando volvió del colegio su padre le preguntó: ¿qué traes en la mochila? Y el niño le dijo: tristeza.
Desde aquel día su padre supo que tenía que volver a su país.
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