La familia de Flor había llegado a España cuando ella sólo tenía una añito. Su familia no era muy extensa. Vivía junto a su padre, su madre, su hermano y su abuelita.
Ahora tenía 18 años y un carácter rebelde. Desde pequeñita, siempre había sido muy presumida, se pasaba el día mirándose en el espejo, haciéndose coletas, maquillándose la cara y poniéndose pendientes y collares.
Tenía tiempo para todos menos para estudiar o cualquier otra actividad que conllevara un trabajo.
Su abuela era la que más tiempo estaba con ella y le decía que aprovechara el tiempo, que el futuro no caía del cielo; pero ella se reía y no hacía ni caso.
Cuando salía con sus amigas por la calle se quedaba mirando los escaparates porque le encantaba comprar ropa y zapatos.
Un día le pidió a su madre dinero para comprarse unas botas que le costaban 150 euros. Su madre se puso las manos en la cabeza y le dijo que si quería las botas tenía que trabajar. Le dijo que en la panadería de su calle necesitaban a una chica, ella respondió que no, porque se le iban a estropear las uñas. Su madre le reprochó su aptitud y se enfadó con ella.
Muy enfadada Flor se fue al parque, y unos amigos le preguntaron qué era lo que le ocurría. Les contó lo sucedido. Le ofrecieron la oportunidad de ganar mucho dinero, sólo tenía que viajar a su país con todos los gastos pagados y volver con un bolso para unos conocidos.
Ahora Flor llora mirando el exterior desde detrás de unos barrotes.
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